Es posible que el caviar de erizo que corona estos rollitos de salmón merezca abrir esta primera entrada del blog "La salsa de la vida". A veces se llega a un punto en el que se sabe que YA hay que ponerse a ello. Los sabores me llevan rondando toda la vida. Nací en una cocina y, aunque mis padres se empeñaron en alejarme de la esclavitud del trabajo en un restaurante, los aromas y las recetas me han acompañado siempre. Como decía la esencia marina de este caviar de erizo, que nunca había probado, me embriagó de tal modo que me di cuenta de que tenía que aceptar la propuesta que me hacía mi compañero de mesa y empezar a compartir suculentas emociones.
La culpa del descubrimiento fue del equipo de cocina de la Adega O bebedeiro en A Coruña, que presentaron este manjar sobre unos generosos filetes de salmón que se adecuaban a la intensidad frenética del caviar.
Las zamburiñas al horno que lo siguieron rebajaron mi emoción. Es un molusco al que no tengo gran afecto y la velouté algo dulzona que las envolvía no les hacía ningún favor.
Damos pues un saltito hasta el siguiente plato y recuperamos con él el alborozo. Pulpo con almejas al ajillo. Una delicia bien cocinada, pulpo tierno salteado con pimentón y almejas de sabor exquisito. El aceite se dejaba querer por el conjunto, así que el pan ayudó en el remate.
No obstante, y sin dudarlo, el rey de la cena, y toda una sorpresa, fue el cuchifrito. Me encanta el cochinillo pero en su versión frita casi siempre me he encontrado pequeños trozos de cerdo, de corteza crujiente a cambio de carne reseca. En esta ocasión, la magia reside en que confitan el cochinillo antes de freírlo, con lo que consiguen una textura melosa de la carne y un acabado crujientísimo de la piel. Lo presentaron sobre un puré de manzana y acompañado de pastel de queso y patata. La guarnición conjuntaba pero la estrella del plato no se dejaba eclipsar por los adornos. Uno de los cochinillos mejor cocinados que he probado en mi vida.
El vino Dávila, de Bodegas Valmiñor en O Rosal, ligero y afrutado, era gustoso y de buen recorrido, sin la acidez que a veces se impone en los vinos gallegos.
Un chupito de aguardiente quemada también colaboró a esta buena causa.
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