Aguanté sin protestar (bueno, sin protestar mucho) hasta la hora del aperitivo y entonces sí, imploré un vinito en un lugar resguardado. Esa era la idea: tomar algo. Así que entramos en un local pequeñito que a esa hora ya tenía buen ambiente y pedimos unos vinos y un par de tapas.
...Y qué alegrías te puedes llevar a veces cuando tan sólo intentas quitarte el frío! Ésta fue una de ellas. El jinete sin cabeza, un gastrobar en el que caben poco más de veinte personas y con una de las cocinas más pequeñas que he visto, es un espacio en el que la gente rebaña los platos, o sea, un lugar de esos de toma pan y moja.
La segunda tapa que elegimos de un menú no muy extenso pero con cierta originalidad, fue un bacalao de Islandia con huevos de corral y papa asada. Otro derroche de color... y sabor. Yo seguía alucinada viendo a ese cocinero, que es también el dueño, Pato Pérez, desenvolverse en esa minicocina y sin ayuda. El restaurante pronto se llenó y sólo escuchaba halagos entre los comensales y veía cómo los platos regresaban a la cocina absolutamente limpios.
El bacalao con huevos estaba delicioso, así, espolvoreado con pimentón de La Vera y esa yema derramándose casi sensualmente sobre las suaves papas...
Habrá que volver para probar otras cositas y también la cerveza artesana local que ofrecen y que despertó mi curiosidad. En un descuido, piqué un trocito de roast beef de vacío con crema de queso artesano de la mesa de al lado ;) aprovechando que hacía una foto al plato y que teníamos unos vecinos de mesa especialmente generosos.La carne me pareció un pelín seca, pero no me atrevo a juzgar por un único bocado y el roast beef tampoco es, así a priori, una carne especialmente jugosa.
Aunque no suelo tomar postre cuando voy de tapas, la verdad es que había disfrutado tanto con la comida, que me apetecía un final dulce. Dudé entre la pannacotta con dulce de leche y una de las dos tartas de chocolate que nos propusieron. Opté por la tarta de chocolate con ralladura de naranja y he de decir que, a pesar de que no soy muy amante de los postres de chocolate, no dejé nada en el plato y no mojé pan de milagro.
A estas alturas, como imagineréis ya se me había pasado el frío y se me había alegrado la mañana. Es un placer encontrar lugares en los que se cocina con gusto y siempre, siempre, los clientes lo apreciamos y lo agradecemos.
El jinete sin cabeza ya no se me olvida y formará parte de mi ruta cuando me asome de nuevo a ese "fresquito" paraíso tinerfeño.
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