¿De qué nos enamoramos?, se preguntaba el escritor croata
Roman Simic. Seguramente nadie sería capaz de responder a tamaña pregunta.
Quizá nos enamoramos de unos ojos, de unas manos, del matiz de una voz, de un
gesto mínimo –un retirarse el cabello de la frente, un morderse los labios,
acariciarse el hombro…-, o quizá nos enamoramos de algo menos concreto, un
aroma, una piel que imperceptiblemente acariciamos, un nosequé que nos eriza,
nos emociona, nos sorprende.
¿Con qué nos enamoramos?, me pregunto yo. Los ojos, la
nariz, el tacto, ¿qué sentido nos arroja a ese placer inquieto, a ese dolor
sutil del deseo y el vértigo? No somos desmembrables, somos conjunto, comunión,
así que nos envuelve esa atracción completa y armoniosa, ese tic que despierta los
ecos de forma simultánea e intuitiva en lugares del cuerpo y en rincones
ignotos de aquello que trasciende el paladar.
Sí, paladar global, de eso se trata, de acercarnos al gusto
con los ojos abiertos como platos, de acariciar la piel con los ecos del
crepitar en el aceite, de oler cada una de las láminas de la cebolla con las
papilas prestas a la melosidad del bacalao, de hacernos permeables a toda
sinestesia y disfrutar así del enamoramiento salvaje de la gastronomía.
Porque comer es mucho más que saciar el apetito, porque
cocinar es mucho más que procesar viandas, porque estamos hablando del
enamoramiento, de la magia y de la trascendencia, porque queremos penetrar en
lo sublime y emulsionarlo hasta que no podamos evitar rendirnos seducidos, caer
en esa tentación y, si somos capaces, compartir el milagro.
Querida Inma, yo que, ya te lo he dicho, la cocina sólo me gusta para calentarme el café, cuando te leo me invade el ansía de comenzar a encontrar el placer que muestras. Tengo tan pocos ya! "Los ecos del crepitar del aceite, la melosidad del bacalao y las cebollas..." A que hago hoy una comida en condiciones? Gracias por ello.
ResponderEliminarEloisa, ojalá te contagie, placer, placer...
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