Muy bien podría, como digo, aplicar estas mismas impresiones a las que experimenté en este restaurante. Se accede por un bar bullicioso, dominguero, atestado, y, al fondo, está el restaurante. El recibimiento dista de ser cálido; nos hacen pasar al comedor de manera exhortativa porque "no se puede tener la puerta abierta" ¿¿??
El recinto es pequeño y carece de luz natural, por lo que resulta un tanto claustrofóbico. A pesar de tener mesa reservada para dos, no hay ninguna preparada, así que tienen que separar una de cuatro, mientras, nosotros permanecemos en medio del local rodeados de comensales en una situación bastante incómoda. Uf, mal empezamos, pienso, y eso casi nunca mejora. Nos traen la carta, elegimos y me encuentro indecisa con el vino, así que pido recomendación a la camarera. Su respuesta no es otra que encogerse de hombros y decir: eso ya...; o lo que es lo mismo, usté sabrá, a mí qué me cuenta. Uf, mal seguimos, y ya empiezo a arrepentirme sinceramente de haber entrado ahí a comer. También escucho a la misma camarera rectificar a otro comensal en la mesa de al lado porque pide una manchada, poco café y bastante leche, aclara el cliente, eso es un "manchao", dice ella, "de manchada nada". Glup! Me temo lo peor.
El recinto es pequeño y carece de luz natural, por lo que resulta un tanto claustrofóbico. A pesar de tener mesa reservada para dos, no hay ninguna preparada, así que tienen que separar una de cuatro, mientras, nosotros permanecemos en medio del local rodeados de comensales en una situación bastante incómoda. Uf, mal empezamos, pienso, y eso casi nunca mejora. Nos traen la carta, elegimos y me encuentro indecisa con el vino, así que pido recomendación a la camarera. Su respuesta no es otra que encogerse de hombros y decir: eso ya...; o lo que es lo mismo, usté sabrá, a mí qué me cuenta. Uf, mal seguimos, y ya empiezo a arrepentirme sinceramente de haber entrado ahí a comer. También escucho a la misma camarera rectificar a otro comensal en la mesa de al lado porque pide una manchada, poco café y bastante leche, aclara el cliente, eso es un "manchao", dice ella, "de manchada nada". Glup! Me temo lo peor.
Nos traen el vino, que al final he decidido que sea un Viña Puebla Selección y que resulta carnoso y rico, después de un rato, eso sí, también el vino agradece la paciencia. Mientras esperamos la comida nos ponen unas aceitunas para entretener el hambre.
Pues resulta que están riquísimas, tienen un aliño muy suave pero intenso y aromático. Me dicen que son de Acebo, pueblo conocido por sus encajes de bolillos y, desde ahora mismo digo que lo ha de ser también por sus exquisitas aceitunas.
Además, nos ofrecen también un platito de lacón ibérico, con aceite y pimentón, que me va reconciliando con el lugar y quitándome el hosco sabor de boca del principio; la cosa se va oxigenando.
Llega el entrante, unos medallones de foie, con gelé de vino blanco y fruta. Está delicioso. El gelé combina a la perfección con un foie ligeramente ácido. Si hay que ponerle un pero a este plato únicamente sería el de que, en mi opinión, sirven demasiada cantidad, aun para compartir resulta excesivo, así que no me quiero imaginar si alguien se lo pide de manera individual.
Bueno, con ayuda del foie y el vino me voy relajando, pero no sólo yo, el servicio cambia también su actitud y se vuelve mucho más amable, quizá le falta una pizca de refinamiento, pero nada que ver con la impresión inicial. El carbónico va desapareciendo y el sabor de la atención es ahora mucho más equilibrado.
Continuamos con dos carnes: presa ibérica con quiché de criadillas de tierra y salsa de pimentón y cochinillo confitado con trigo salteado y reducción de vino.
Ambas propuestas merecen buena nota. La carne está bien cocinada, al igual que las guarniciones. Los sabores tienen potencia y los platos están muy bien presentados. Hacen un buen uso de los exquisitos productos de la zona. Extremadura, esa región por descubrir, así como su lujosa despensa.
De postre me atreví con unos huevillos, también conocidos como repápalos o sapillos. Se trata de los primos extremeños de las torrijas, aunque se comen flotando en leche. Los de Succo estaban tan ligeros que no parecía que tuvieran consistencia alguna.
Esta vez, a pesar de que el plato también era generoso no dejé ni el polvillo de canela. Verdaderamente deliciosos.
Acabamos con un orujo blanco que nos aportó calor interno para sobrellevar la fría tarde placentina. El precio por persona, teniendo en cuenta que el primero era compartido, fue de unos 37 euros.
Así que sí, a pesar de todo, recomiendo comer en Succo porque la cocina es muy buena y espero que puedan mejorar los otros aspectos para que el gusto sea completo.
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